El fuerte viento golpea el rostro de la pequeña María, camina sin decir palabra alguna pero con una expresión de enojo marcada en su rostro. Está cansada de caminar, lo veo por su constante jadear sin embargo, sigue fiel a no decir nada.
Trato de romper el hielo con ella, pero sigue molesta por nuestra discusión -algo tonta, lo se- pero discusión al fin. No entiendo a los niños, en un segundo te aman y al otro simplemente quieren que desaparezcas del mapa. Ellos son, principalmente, guiados por sus emociones.
El viento se hace más fuerte cada vez, los televisores de toda la calle Tiranía están sintonizando canal 6, donde los locutores anuncian la proximidad de cierto tifón que estaba destinado a pasar por nuestra cuidad.
Tengo miedo -la escucho decir después de veinte minutos de caminata en silencio-, ¿llegaremos pronto a casa? La miro con aquel aire paternal, con aquella mirada de padre dulce con sus niños. No puedo decirle la verdad, simplemente no puedo. Si, llegaremos pronto -le digo. No puedo decir más porque mi voz empieza a quebrarse. Se da cuenta de ello y también llora. Sospecha que no sobreviviremos a la catástrofe. No hemos conseguido refugio alguno; los coliseos, canchas, estadios... están todos llenos, en casa no tenemos sótano. Sólo un milagro puede salvarnos, sólo un milagro.
Cuando los padres de María murieron, la dejaron bajo mi tutela. Desde aquel día me hecho cargo de su educación, y todo lo que ello comprende. He aprendido a amarla y ella a mi. Me lo demostró con el primer dibujo que me hizo: Una casa roja con un césped muy verde... al lado ella y yo; sobre mi, una linda palabra, PAPÁ. Ese día me lamente por no tener hijos cuando pude, ahora estoy muy viejo y cansado. Mi querida esposa me abandonó hace ya siete años por alguien mas joven, no la culpo.
María tiene ahora 5 años y a pesar de su corta edad, es bastante madura y se da cuenta de las cosas. Caminamos con el viento golpeando nuestras caras y con las primeras gotas de lluvia mojando los abrigos... Nos hemos quedado viendo el último informe sobre el tifón. María mira hacia el suelo y con su dulce voz trata de decir algo aunque su tenue garganta no la deja, después de algunos segundos desiste de su intento. Esta niña me sorprende cada vez, siento que sabe más de lo dice, siento que puede ver a través de las cosas, siento que sus palabras tienen otro significado...
Moriremos, ¿verdad? -¡Dios! Me he quedado helado, no espere una pregunta como esa de una niña tan pequeña, pero quien soy yo para saber lo que un niño puede hacer si nunca tuve uno.
No lo se. Pude decirle que no sabía exactamente que iría a pasar con nosotros, la calle Tiranía parece no tener fin, en todos lados hay policías alertándonos sobre el desastre, sin embargo, seguimos caminando aún sin rumbo fijo.
No quiero niños -le dije a Martha luego de una pelea matinal-, no estoy preparado para tenerlos aún. ¿Sabes acaso la responsabilidad que ello conlleva?
En esta tarde apocalíptica me arrepiento de aquella pelea, estoy a portas de mi cumpleaños y veo que quizá no pueda apagar las 59 velas, he vivido la vida para mi, alejé a mi mujer, alejé a mi familia entera para gozar del mundo como yo quería. He vivido todos estos años lamentando mi vida, echándole la culpa a los demás de mi desgracia y hoy, recién hoy caigo en la cuenta que nada peor que eso le puede pasar a un hombre. Sólo nosotros somos responsables de nuestros actos, nuestros compañeros no son más que cómplices en el fracaso.
Decido cargar a María para hacer más rápido nuestro camino, por fin hemos llegado al parque central y ahora quedan pocos minutos para llegar a casa, asegurar las puertas y ventanas con el fin de detener a aquél intruso natural. Estoy llorando y María también, decido correr con ella entre mis brazos pues el viento ya es casi incontrolable para mi y menos aun para la pobre niña.
"Querido Joaquín, si has de leer estas líneas ya debes de saber que nos ha pasado. Es muy triste para nosotros tener que escribir la carta de nuestra muerte, pero es necesario. María aun tiene un año de nacida y simboliza para nosotros un gran temor dejarla desamparada, bien sabes que no tenemos familia alguna y tu siempre has sido un excelente amigo, consejero y guía para nosotros. Te pedimos desde aquí, por favor, que te hagas cargo de nuestra pequeña niña. Ámala y protégela como si fuera tuya, edúcala bajo tus propios principios y no dejes que nada ni nadie le robe la ilusión de ser una pequeña princesa. Háblale de nosotros, de nuestra amistad, de lo que hemos pasado juntos. Cuéntale y enséñale la calle Tiranía, muéstrale los lugares a los que no debe ir, muéstrale los lugares donde se divertirá a morir. Gracias por todo, querido Joaquín. Con amor, Juan y Sofía."
Ya hemos llegado a casa… aunque estoy a punto de desfallecer, mis brazos casi no responden y María esta en una especie de trance, el tifón está cada vez más cerca de nosotros y siento aquella impotencia natural de no poder hacer nada para salvar a la gente que quiero.
Una de las ventanas a reventado, las esquirlas de vidrio han saltado y un pedazo del mismo me ha cortado la pierna, no puedo volver a pararme, me arrastro y trato de ponerme a salvo detrás del sofá donde pensé que podría haberse encontrado María, no está aquí. ¿Dónde podría estar ahora? Me temo lo peor, pudo haber salido… pudo haberse desmayado. ¡No! ¡María! Parada frente a la ventana sin vidrio, mirando el paisaje desolador, llorando sin cesar, ahí está Maria…
Esa fue la última vez pude verla viva, un mueble de pino que se encontraba en la sala cayó sobre su pequeña cabeza y destrozó parte de su cráneo. Me siento culpable, fue por mí que ella murió, fue por mí… No pude encontrar un refugio a tiempo, pensé que todo esto sería una simple exageración de las autoridades para poder crear un psico-social con el fin de encubrir sus malos manejos.
Fue por mi… Hoy es mi ultimo día entre los hombres, hoy he decidido que mi vida tiene que llegar a su fin, no hay a quien amar, no hay quien me ame. Todo en este mundo es vanal. Todo en este mundo es frívolo. Todas las personas que me han importado en esta vida se han alejado de mí, han muerto o simplemente han desaparecido.
Soy un desdichado, soy un simple viejo sin más sueños. Mis sueños se desvanecieron el día que la calle Tiranía desapareció, el día en que mi pequeña niña murió…
Trato de romper el hielo con ella, pero sigue molesta por nuestra discusión -algo tonta, lo se- pero discusión al fin. No entiendo a los niños, en un segundo te aman y al otro simplemente quieren que desaparezcas del mapa. Ellos son, principalmente, guiados por sus emociones.
El viento se hace más fuerte cada vez, los televisores de toda la calle Tiranía están sintonizando canal 6, donde los locutores anuncian la proximidad de cierto tifón que estaba destinado a pasar por nuestra cuidad.
Tengo miedo -la escucho decir después de veinte minutos de caminata en silencio-, ¿llegaremos pronto a casa? La miro con aquel aire paternal, con aquella mirada de padre dulce con sus niños. No puedo decirle la verdad, simplemente no puedo. Si, llegaremos pronto -le digo. No puedo decir más porque mi voz empieza a quebrarse. Se da cuenta de ello y también llora. Sospecha que no sobreviviremos a la catástrofe. No hemos conseguido refugio alguno; los coliseos, canchas, estadios... están todos llenos, en casa no tenemos sótano. Sólo un milagro puede salvarnos, sólo un milagro.
Cuando los padres de María murieron, la dejaron bajo mi tutela. Desde aquel día me hecho cargo de su educación, y todo lo que ello comprende. He aprendido a amarla y ella a mi. Me lo demostró con el primer dibujo que me hizo: Una casa roja con un césped muy verde... al lado ella y yo; sobre mi, una linda palabra, PAPÁ. Ese día me lamente por no tener hijos cuando pude, ahora estoy muy viejo y cansado. Mi querida esposa me abandonó hace ya siete años por alguien mas joven, no la culpo.
María tiene ahora 5 años y a pesar de su corta edad, es bastante madura y se da cuenta de las cosas. Caminamos con el viento golpeando nuestras caras y con las primeras gotas de lluvia mojando los abrigos... Nos hemos quedado viendo el último informe sobre el tifón. María mira hacia el suelo y con su dulce voz trata de decir algo aunque su tenue garganta no la deja, después de algunos segundos desiste de su intento. Esta niña me sorprende cada vez, siento que sabe más de lo dice, siento que puede ver a través de las cosas, siento que sus palabras tienen otro significado...
Moriremos, ¿verdad? -¡Dios! Me he quedado helado, no espere una pregunta como esa de una niña tan pequeña, pero quien soy yo para saber lo que un niño puede hacer si nunca tuve uno.
No lo se. Pude decirle que no sabía exactamente que iría a pasar con nosotros, la calle Tiranía parece no tener fin, en todos lados hay policías alertándonos sobre el desastre, sin embargo, seguimos caminando aún sin rumbo fijo.
No quiero niños -le dije a Martha luego de una pelea matinal-, no estoy preparado para tenerlos aún. ¿Sabes acaso la responsabilidad que ello conlleva?
En esta tarde apocalíptica me arrepiento de aquella pelea, estoy a portas de mi cumpleaños y veo que quizá no pueda apagar las 59 velas, he vivido la vida para mi, alejé a mi mujer, alejé a mi familia entera para gozar del mundo como yo quería. He vivido todos estos años lamentando mi vida, echándole la culpa a los demás de mi desgracia y hoy, recién hoy caigo en la cuenta que nada peor que eso le puede pasar a un hombre. Sólo nosotros somos responsables de nuestros actos, nuestros compañeros no son más que cómplices en el fracaso.
Decido cargar a María para hacer más rápido nuestro camino, por fin hemos llegado al parque central y ahora quedan pocos minutos para llegar a casa, asegurar las puertas y ventanas con el fin de detener a aquél intruso natural. Estoy llorando y María también, decido correr con ella entre mis brazos pues el viento ya es casi incontrolable para mi y menos aun para la pobre niña.
"Querido Joaquín, si has de leer estas líneas ya debes de saber que nos ha pasado. Es muy triste para nosotros tener que escribir la carta de nuestra muerte, pero es necesario. María aun tiene un año de nacida y simboliza para nosotros un gran temor dejarla desamparada, bien sabes que no tenemos familia alguna y tu siempre has sido un excelente amigo, consejero y guía para nosotros. Te pedimos desde aquí, por favor, que te hagas cargo de nuestra pequeña niña. Ámala y protégela como si fuera tuya, edúcala bajo tus propios principios y no dejes que nada ni nadie le robe la ilusión de ser una pequeña princesa. Háblale de nosotros, de nuestra amistad, de lo que hemos pasado juntos. Cuéntale y enséñale la calle Tiranía, muéstrale los lugares a los que no debe ir, muéstrale los lugares donde se divertirá a morir. Gracias por todo, querido Joaquín. Con amor, Juan y Sofía."
Ya hemos llegado a casa… aunque estoy a punto de desfallecer, mis brazos casi no responden y María esta en una especie de trance, el tifón está cada vez más cerca de nosotros y siento aquella impotencia natural de no poder hacer nada para salvar a la gente que quiero.
Una de las ventanas a reventado, las esquirlas de vidrio han saltado y un pedazo del mismo me ha cortado la pierna, no puedo volver a pararme, me arrastro y trato de ponerme a salvo detrás del sofá donde pensé que podría haberse encontrado María, no está aquí. ¿Dónde podría estar ahora? Me temo lo peor, pudo haber salido… pudo haberse desmayado. ¡No! ¡María! Parada frente a la ventana sin vidrio, mirando el paisaje desolador, llorando sin cesar, ahí está Maria…
Esa fue la última vez pude verla viva, un mueble de pino que se encontraba en la sala cayó sobre su pequeña cabeza y destrozó parte de su cráneo. Me siento culpable, fue por mí que ella murió, fue por mí… No pude encontrar un refugio a tiempo, pensé que todo esto sería una simple exageración de las autoridades para poder crear un psico-social con el fin de encubrir sus malos manejos.
Fue por mi… Hoy es mi ultimo día entre los hombres, hoy he decidido que mi vida tiene que llegar a su fin, no hay a quien amar, no hay quien me ame. Todo en este mundo es vanal. Todo en este mundo es frívolo. Todas las personas que me han importado en esta vida se han alejado de mí, han muerto o simplemente han desaparecido.
Soy un desdichado, soy un simple viejo sin más sueños. Mis sueños se desvanecieron el día que la calle Tiranía desapareció, el día en que mi pequeña niña murió…
2 comentarios:
deja las drogas! jajaja
siempre... mucha suerte Luis Chavez, te conoci como un pensador autero, creo que eres tú ese del que hablaba Gonzales Prada. Suerte.
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